“Un buen lector es el ciudadano ideal de una democracia: nunca se
conforma con aquello que tiene. Sin esos inconformes sería imposible el
progreso verdadero”
“...Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida [...] Ahora
que, por culpa del coronavirus y el aislamiento forzoso al que estamos
sometidos los madrileños, leo desde el amanecer hasta el anochecer, diez horas
diarias en un estado de felicidad absoluta [...] Los niños de entonces —por lo
menos en Cochabamba— no leíamos tiras cómicas sino libros, y, sin duda, por eso
jamás contraje la adicción al Pato Donald o al Ratón Mickey ni a Popeye, el
marinero musculoso. Pero sí a Tarzán y a Jane, con los que volé, de árbol en
árbol, por las selvas del África. En la biblioteca con telarañas de la
Universidad de San Marcos leí mi primera obra maestra: el Tirant lo Blanc, en
la edición de Martín de Riquer de 1948. Antes todavía, cuando cadete del
Leoncio Prado, devoré la serie de los mosqueteros de Alejandro Dumas, y soñaba
con D’Artagnan todas las noches.
Nada me ha dado tanto placer y felicidad como los
buenos libros; nada me ha ayudado tanto como ellos a sortear los momentos
difíciles. Sin la literatura me habría suicidado en ese periodo atroz en que
supe que mi padre estaba vivo, cuando me llevó a vivir con él y me hizo descubrir
la soledad y el miedo. William Faulkner me cambió la vida en plena
adolescencia; lo leí con lápiz y papel para identificar sus cambios de
narrador, los saltos temporales, los remolinos de esa prosa que mezclaba
personajes, tiempos y lugares y aparecía, de pronto, en la novela un
reordenamiento de la historia todavía mejor que el cronológico.
Para leer a Sartre, Camus, Merleau-Ponty, Simone de
Beauvoir [...] aprendí francés, e inglés para entender a Hemingway, a Dos
Passos, a Orwell y a Virginia Woolf, y descifrar el Ulises de Joyce (lo conseguí a la tercera vez). [...] desde
entonces Guerra y paz me parece la
cumbre de la novelística, con el Quijote
y Moby Dick. Entre las del siglo XX,
nadie ha superado, a mi juicio, La
condición humana, de Malraux, con excepción de La montaña mágica de Thomas Mann. En París, el primer día que
llegué, en agosto de 1959, descubrí a Flaubert y me pasé toda la noche, en el
Wetter Hotel, leyendo Madame Bovary.
Fue para mí el más fructífero de los descubrimientos: gracias a Flaubert supe
el escritor que quería ser y el que no quería ser.
Las buenas
lecturas no
sólo producen felicidad; enseñan a hablar bien, a pensar con audacia, a
fantasear, y crean ciudadanos críticos,
recelosos de las mentiras oficiales de ese arte supremo del mentir que es
la política. La vida que no vivimos
podemos soñarla, leer los buenos libros es otra manera de vivir, más libre, más
bella, más auténtica. Esa vida alternativa tiene, además, la suerte de
estar fuera del alcance de las plagas demoníacas que aterraron siempre a los
seres humanos porque en ellas veían a los diablos, que, a diferencia de los
enemigos de carne y hueso, eran difíciles de derrotar.
Un buen lector
es el ciudadano ideal de una sociedad democrática: nunca se conforma con
aquello que tiene, siempre aspira a más o a cosas distintas de las que le
ofrecen. Sin esos inconformes sería imposible el progreso verdadero, el que, además de
enriquecer la vida material, aumenta la libertad y el abanico de elecciones
para ajustar la vida propia a nuestros sueños, deseos e ilusiones. Karl Popper
tenía razón: nunca hemos estado mejor que ahora (en los países libres, se
entiende).
El coronavirus ha resucitado la barbarie en lo que
creíamos la civilización y la modernidad. Hemos visto en Madrid cosas
horribles, como en las residencias: ancianos abandonados al parecer por
cuidadores que no tenían mascarillas ni remedios ni ayuda alguna. Los muertos
conviviendo con los vivos, durmiendo en las mismas camas. El horror siempre
supera al horror, no importa el tiempo histórico. Aun así, con toda la ruina
económica y social que traerá al país esta plaga inesperada, si, luego de
sobrevivir a ella, hay en España un millón más de españoles, o por lo menos
cien mil, ganados a la buena lectura gracias a la cuarentena forzada, los
demonios de la peste habrán hecho un buen trabajo.
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