Nuestra civilización se ha construido sobre la distancia, pero su
imaginario echa de menos la cercanía; la sociedad moderna incrementa la
diferencia, al mismo tiempo que añora la similitud. Hay instituciones que nos
alejan de los nuestros, como la escuela, la ciudad, el comercio y la
globalización, pero también hay familia, amigos, afecto y entorno inmediato. [...] El confinamiento será una prueba de
resistencia también para la familia y nuestro equilibrio psicológico.
Acostumbrados como estábamos a pensar que lo que mata es la distancia, el
interrogante que se nos plantea ahora es si seremos capaces de sobrevivir a
tanta proximidad. ¿Cómo podremos lidiar con una cercanía cuya evasión es una de
las grandes posibilidades que nos ofrece la sociedad contemporánea? [...] La convivencia continua entre cuatro
paredes no necesariamente nos acerca más a los seres humanos. Desde China se
nos informa que el confinamiento hizo que creciera la violencia doméstica. Para
las mujeres amenazadas desaparece aquella posibilidad de una distancia que es
su última protección. El lockdown
perjudica más a unos niños que a otros y agudiza las desventajas de la
desigualdad, en función del espacio, los libros y los ordenadores disponibles.
Para aquellos niños y niñas en cuya casa hay penuria económica o violencia, la
escuela es una salvación, allí donde reciben comida, estabilidad y protección.
El encierro en casa les priva de esa seguridad.
Hablamos mucho de lo que aprenderemos tras esta crisis. Cuando todo el
mundo dice que vamos a revalorizar la familia o el espacio de la intimidad, yo
me atrevería a presagiar lo contrario: que vamos a volver a apreciar la
distancia. No sabemos (y tal vez lo descubramos ahora) hasta qué punto una
sociedad como la nuestra se enriquece del hecho de que no vivamos en círculos
sociales estrechos. La escuela es la
primera institución que permite que los contactos sociales no se reduzcan a la
propia familia, la institución que nos distancia de nuestro espacio de
redundancia y nos abre a experiencias de
diversidad y contraste, el lugar donde se aprende a sobrellevar la
indiferencia y gestionar los primeros conflictos. Pese a los elogios que recibe ahora la enseñanza telemática, tal vez
empecemos a echar de menos la igualdad de la escuela presencial, con idéntico
pupitre y la misma conexión a Internet, donde se mitiga la brecha digital. Una función similar ha supuesto para las
mujeres el acceso al mercado laboral: les ha permitido emanciparse de la
dedicación exclusiva a lo doméstico. Desde la escuela hasta el mercado, hay
en la sociedad moderna un conjunto de instituciones que nos han dotado de una
libertad que hubiera sido imposible en el círculo familiar o en la sociedad
tribal que no era más que un conjunto de familias.
[...] Uno de los aprendizajes de la crisis habría de ser lo mucho que le debemos
a esa sociedad diferenciada, que tan mala prensa tiene como lugar de estrés e
indiferencia. Me atrevo a asegurar que todos, hasta los del veto parental (que
piensan en la escuela como una mera prolongación de la familia), acabaremos
echando de menos la escuela, la indiferencia de la vida humana y la frialdad de
los mercados.
“Se está poniendo de manifiesto el valor de las instituciones de la
distancia. Para muchos niños y niñas la
escuela es el lugar donde hay una comida segura, los mismos pupitres, la misma conectividad
a internet y gente diferente. La escuela presencial iguala más que la enseñanza
online, donde se reproducen con más facilidad las desigualdades. Mi
conclusión es que viva lo que no es la familia, vivan las instituciones y la
sociedad del conflicto, viva la indiferencia social como un modo de oxigenarte
y de vivir”.
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