Esta Nochebuena no comeré pavo
trufado, ni angulas en aceite ni besugo. Este año mi paladar y mi corazón
tendrán un sabor agrio. Y no pondré bombillas en el árbol de papel. Y no le
escribiré a los Reyes Magos ni comeré turrón con uvas pasas. Escribiré una
historia navideña de las que no aparecen en la tele o en la radio o los
periódicos. Le hablaré de los que sufren el mester de la tristeza y el olvido,
de los que nada tienen en sus bolsos y los que no entendieron nunca el circo
navideño.
Describiré sobre el papel el
ruido y la violencia de los corazones. Recordaré cuanto invertí el año pasado
en crismas y mensajes y teléfono y regalos. Les contaré que yo también me
sumaré a los que se callan y suspiran cuando les felicitan estos días. Y
aguardaré encogido en la esperanza, con la palabra Paz entre los labios,
cambiándole las pilas a los sueños.
Estas Navidades no brindaré con
cava, ni cantaré oxidados villancicos. No limpiaré la estrella del belén
mientras la tele y nuestros ojos se salpiquen de dolor e incertidumbre. De
preguntas sin respuestas. No voy a descorchar la risa y la alegría si no hay
motivos suficientes para creer en el futuro.
Este año me envolveré en mi
soledad como un mendigo en su cartón y su tristeza. No soñaré en abierto, no
haré balance de estos meses que ahora se consumen. No compraré mentiras, ni
haré bromas a los inocentes.
Buscaré entre mis huesos una luz
no artificial, me enjuagaré los labios con la nieve que sobró de enero y que
guardé, durante un año, en el cajón de la mesilla, la llamaré a su móvil otra
vez para pedirle un beso de turrón que aún me haga creer en el amor y cambiaré
la luna por mi almohada.
Hoy volveré de nuevo a su portal
para ofrecerle todo lo que soy. Para pedirle de rodillas que perdone mis
silencios, mi distancia, toda la caries del recuerdo. Y si al final, después de
que la aguarde largo rato enfrente de su casa, no baja a regalarme una caricia
o una nuez o no me guiña el ojo en la ventana, me iré despacio, muy despacio.
Caminaré perdido entre los charcos de turrón, las tiendas de regalos y las
alfombras rojas, contando las heridas de mis manos. Pensando que algún día me
querrá de nuevo. Que volveremos a besarnos, como antes, bajo la lluvia impar.
Que el día en que me llame nuevamente habrá nacido un hombre nuevo en su portal
y acabarán los sentimientos de rebajas y el mazapán de la tristeza. Y entonces
sí habrá algo en que creer. Y tal vez nunca más vuelva a robarle el tiempo a
los relojes y a desoír el corazón y a los jilgueros del semáforo.
Y si esta noche es buena de
verdad y me llamara, celebraría la Navidad todos los días. Les hablaría a los
que siempre sueñan solos del cloroformo de los hospitales, del llanto sin
burbujas de los mendigos y de la lotería de vivir. Y esa misma noche, en menos
de que cante el gallo en las Iglesias, yo habré sabido qué me quiere de verdad,
que el árbol se ha llenado de luciérnagas, que en el portal adonde
vuelvo cada año me aguardará dormida y habrá estrellas, sol y luna. Y nos
querremos para siempre, como antes, y cenaremos caldo de perdices.
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