Hemos sido muy mal educados. […] nosotros fuimos peor educados, porque la
lectura no era una prioridad en la escuela […] Qué suerte leer. […] Leer para
entender. Para saber más, pero no necesariamente para saber más que otros, sino
para entender a los otros. [David] Grossman [escritor israelí] dijo que leyendo
al otro aprendes a ayudarle a estar cerca de ti, aunque sea tu enemigo, y él
sabe de qué habla, pues vive allí donde la tierra, el agua, el aire, se disputa
sin tregua y sin ánimo de reconciliación. Él trabaja, desde la palabra escrita,
desde la lectura y desde sus libros, a favor de que un día ese infierno sea un
lugar común de la tierra.
Leer es una suerte y una obligación; los que mandan en los países la deben
asumir como una de las tareas prioritarias de su función pública. En nuestro
país, por ejemplo, los sucesivos ministros de Educación, y ahora el último de
ellos, José Ignacio Wert, suelen llevarse las manos a la cabeza ante nuestra
mala nota en el Informe PISA. Después de ponerse las manos en la cabeza
deberían ponerse manos a la obra: la madre del saber es la lectura, ahí está el
prolegómeno decisivo de la vida; y no solo en leer, en pasar una página tras
otra, sino en la enseñanza de la lectura, en el comentario de texto, el
instrumento esencial para que el entusiasmo de leer sea el entusiasmo de saber.
[…] México está como nosotros en PISA; esta no es la liga de fútbol de las
naciones que leen más o menos. Basta que un individuo no sepa que leer es el
principio básico de la vida para que un país se considere fracasado. Y el
nuestro tiene demasiados millones de fracasos. Pongan manos a la obra, rescaten
el libro de ese puesto efímero en el que los políticos lo colocan cuando piensan
en el inquietante futuro.
(Juan Cruz, El País, 08-12-13)
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